Angostos eran los relatos cínicos,
los exorcismos de nuestro frío carnal,
cuando nos hicieron socios
de la cofradía confundida de las albas.
Teníamos a la temeridad
haciendo equilibrios y alardes
sobre la frágil cuerda del rencor;
la frotábamos
con el énfasis del escarnio y las ofensas.
Hicimos acopio de intolerancia,
la atesoramos a puñados,
la apilamos como un ajuar de irresponsables
dentro de baúles de impiedad.
Y, aunque ayer nació diciembre,
es ahora en nosotros el mes de abril,
concretándose
sobre los abanicos del deshielo
y en las tardes de los arroyos sensatos,
desbocados entre reflejos vibrantes
como racimos de mariposas.
Nació diciembre;
nuestras manos le regalaron a su viento
el brillo de las hojas del laurel,
la paz de la rama del olivo.